El siguiente texto fue compartido en el marco de la Semana Contra el Apartheid Israelí 2020 por la Colectiva Antimilitarista La Tulpa.
Christian Peñuela(1), Alfredo Nicolás Rodríguez Páez(2), Andrés Cuervo(3), Daniela Villa Hernández(4), Javier Betancourt(5), Santiago Forero(6) y Natalia Avendaño(7)
Las diferentes formas en que la guerra se construye y se despliega en clave de género es quizás uno de los escenarios en donde la diferencia entre lo masculino y lo femenino es más marcada. En el contexto de la guerra los roles de género se acentúan en función de la violencia, ya que generalmente los conflictos armados implican una asimetría jerárquica de los roles en la que los privilegios masculinos se fortalecen a partir de la negación de todo aquello que representa lo femenino.
La guerra articula los cuerpos femeninos como campo de batalla o bien feminiza las identidades de aquellos que son considerados “otros” dentro de la lógica de la violencia armada (como los ancianos, niños, discapacitados y población LGBTI). Lo femenino, entonces, cuyo estatus no se reduce exclusivamente al cuerpo de las mujeres, tiene diferentes implicaciones y es usado de diferentes formas, en general en dinámicas de opresión, pero también de disputa y resistencia.
Las mujeres son quienes sobreviven a los conflictos, guardan la memoria de las violencias y por ende son objeto de constantes re-victimizaciones. Así, los efectos de la guerra en los cuerpos subalternizados de las mujeres se despliegan en un amplio abanico de manifestaciones y que, anexos a la violencia estructural(8) por ser mujeres, tienden a materializarse en violencia sexual, tortura, desplazamiento, mutilaciones, entre otros. Desde la otra cara de la moneda, los cuerpos masculinos -construidos desde la hipermasculinidad que la guerra requiere-, pueden posicionarse a sí mismos en una condición privilegiada de poder, en una retorcida búsqueda por legitimar el conflicto armado y la violencia simbólica(9) que soporta la dominación masculina en favor del victimario(10).
Ciertamente, la historia de las guerras ha sido la del patriarcado y del lugar que éste le ha asignado a las mujeres en la existencia social, esto es, como fuerza de trabajo no remunerada y ejerciendo control a través de la natalidad, el cuidado y la sexualidad de las mujeres, todos elementos de dominación sobre lo femenino al servicio de la reproducción del patriarcado. Aquí el cuerpo de las mujeres es construido como pasivo y sumiso el cual debe ser: apto para el cuidado, pacífico, delicado, débil y necesitado de protección.
No obstante, más allá de reducir a las mujeres a la condición de víctimas, no se debe naturalizar este lugar de subordinación que históricamente han ocupado en la guerra, ni tampoco se debe aceptar la asociación de lo masculino con la guerra, ya que si todo esto se da por sentado “se hace imposible la transformación de las relaciones de género y, en definitiva, la superación misma del patriarcado”(11). A este respecto cabría preguntarse, ¿de qué forma la participación de las mujeres podría entenderse como un acto de resistencia contra el patriarcado en contextos de violencia?
De hecho, las luchas feministas históricamente se han articulado desde la acción no-violenta, en donde se deben destacar los movimientos antimilitaristas compuestos por mujeres en contra del servicio militar obligatorio. Como ya se ha mencionado en el libro de la Colectiva Antimilitarista La Tulpa, Trayectorias del Antimilitarismo en Colombia: historia, reflexiones y política desde la noviolencia, la relación entre feminismo y noviolencia se remonta a la primera declaratoria del día de las madres realizada por la escritora y activista Julia Ward Howe, quien en 1870 a través de una comunicación a las madres del mundo denuncia como esposos, hijos, padres y demás fueron reclutados para la guerra, asesinando y desaprendiendo el sentimiento de amor y compasión hacia sus madres.
Si bien Julia Ward Howe y la declaratoria del día de la madre en el siglo XIX se tienen como antecedentes a nivel mundial, aún se desconoce si existen otros movimientos feministas antecesores que desde la noviolencia hayan desarrollado acciones en este sentido.
Luego, en el siglo XX surgió una de las experiencias mundiales más significativas de movimientos de noviolencia abiertamente antimilitaristas y feministas: “Las Mujeres de Negro”. Este grupo de activismo pacífico de Israel, nace en Jerusalén en 1988 y se convirtió en una de las redes internacionales más importantes en vigilias por la paz, las cuales son representaciones públicas de sus creencias políticas como oposición, desde su rol como ciudadanas del Estado de Israel, no como madres, lo que a su vez desafía las estructuras de poder y valores culturales existentes.
En estas vigilias se discute sobre la ocupación de territorios palestinos desde la guerra de 1967 y sobre asuntos feministas principalmente en relación con la exclusión de las mujeres del discurso público hegemónico y sobre la seguridad en la población israelí, de manera que han tenido un papel indispensable en contrarrestar la violencia armada y el genocidio que ha perpetrado el Estado de Israel contra el pueblo Palestino en contextos fronterizos(12).
Las mujeres de negro son un antecedente importante para organizaciones feministas del siglo XXI vinculadas a la participación en movimientos palestinos e israelíes de noviolencia y en pro de la paz de medio oriente, pues muchas de ellas tienen apuestas políticas similares; el ejemplo más importante de ellas puede llegar a ser “The Coalition of Women For Peace-CWP” (Coalición de Mujeres por la Paz en español).
La CWP ha desarrollado junto con la American Friends Service Committee proyectos como <<Hamushim>>(13) (que en hebreo significa armado/armada), el cual consiste en denunciar públicamente a nivel global las consecuencias del apartheid que sufre el pueblo palestino por parte del complejo militar industrial israelí, lo que ha impulsado la realización de campañas de movilización y de acciones noviolentas en contra de esta industria y sus ferias de armas alrededor del mundo.
También se encuentra el movimiento <<Mesarvot>>(14) (objetoras en hebreo) cuyo lema es “rehusarse a servir a la ocupación”, donde un número significativo de mujeres israelíes objetoras de conciencia desarrollan diferentes campañas de desobediencia para no prestar el servicio militar obligatorio y por ello terminan siendo prisioneras políticas en el Estado de Israel.
Otras experiencias de objetoras de conciencia en el mundo que van más allá de objetar al servicio militar obligatorio y que cuestionan la relación militarismo-patriarcado se encuentra ejemplos de ello en Corea, Reino Unido, Turquía, Estados Unidos, Colombia y se resaltan con especial atención en Latinoamérica las mujeres antimilitaristas del Movimiento de Objeción de conciencia del Paraguay-MOC(15).
Por otro lado, en Colombia es importante mencionar a Carlota Rua, mujer campesina y dirigente del Partido Comunista, la primera persona de la que se tiene registro que conmina a una colectividad política a prestar mayor atención al reclutamiento de jóvenes en condiciones de precarización durante la primera mitad del siglo XX.
A finales de este siglo, en el año 1996 se presenta la movilización a Mutatá, la cual fue liderada por mujeres feministas, sindicalistas, funcionarias y profesionales de diferentes ONG de las principales ciudades del país. Con este ejercicio de resistencia se evidenció su postura antibelicista y su neutralidad activa frente a los actores armados.
Así tiene su origen la Ruta Pacífica de las mujeres por una solución negociada al conflicto armado, la cual consiste en una propuesta política de la que hacen parte más de 315 organizaciones y grupos de mujeres coordinados en 8 regionales (Santander, Valle del Cauca, Risaralda, Cundinamarca, Putumayo, Antioquia, Chocó y Cauca). Con unas bases claras provenientes del feminismo, esta propuesta se caracteriza por incluir grupos y organizaciones pacifistas, antimilitaristas y no violentos.
La Ruta Pacífica ha realizado alianzas con organizaciones como la OFP (Organización Femenina Popular)(16) para promover acciones de resistencia civil que están 16 marcadas por actos simbólicos como asistir vestidas de negro y en completo silencio a las plazas de ciudades como Bogotá, Medellín, Cali, Barrancabermeja, Popayán, entre otras. Acciones noviolentas como la mencionada, son similares a las realizadas por las mujeres de negro, pues tienen un componente simbólico y performático evidente que permite entre muchas otras cosas, la expresión de su desobediencia civil(17).
Ahora bien, resulta indispensable mencionar una de las pocas experiencias feministas en Colombia que ha articulado la lucha antimilitarista desde una perspectiva decolonial, la cual corresponde a la Red Feminista Antimilitarista de Medellín, quienes definen sus luchas en oposición al patriarcado, al capitalismo, al militarismo, al colonialismo y al racismo como sistemas interrelacionados de opresión. En palabras de una de sus integrantes, la Red Feminista Antimilitarista de Medellín parte de la:
Comprensión de una historia dialéctica de fuerzas históricas en contradicción y de pugna de movimientos de liberación y de tensiones de dominaciones (…) somos mujeres racializadas populares que identifica no sólo el patriarcado [porque] nosotras vemos neoliberalismo, otras vemos racismo, nosotras vemos clasismo, vemos discriminación, vemos injusticia, vemos corrupción… o sea nuestra vida no se inscribe a que el factor principal exacto de la violencia es la patriarcalidad, si, nosotras vemos poder, poder de dominación, poder económico, poder de sujeción. No solamente vemos patriarcado en las relaciones cotidianas(18).
Por último, existe otra experiencia feminista en Colombia de resistencia noviolenta en el distrito de Aguablanca de la ciudad de Cali con la Fundación Paz y Bien, en la que se resalta un “enfoque noviolento de consejeras de familia” en contextos de alto riesgo y de violencia sociopolítica. Aunque esta experiencia no se identifica como un movimiento feminista antimilitarista a diferencia de los demás documentados, resulta interesante debido al contexto de racismo institucional y cultural contra las mujeres que existe en la ciudad de Cali y como expresión de resistencia noviolenta desde una organización de base.
Con estas experiencias, se podría creer que existe una agenda consolidada de trabajo entre los feminismos y los antimilitarismos en el mundo, y aunque existan intenciones de establecer esta relación, es evidente que los movimientos antimilitaristas siguen anclados sobre una visión masculinista de la noviolencia, en el que hasta ahora las voces feministas han empezado a tener un protagonismo cada vez más importante. Aunque esta no es una relación constituida recientemente, es algo que ha circulado alrededor del antimilitarismo desde el comienzo de la historia de occidente.
Es en esta medida que, en las apuestas por la noviolencia y la horizontalidad, históricamente está claro que el protagonismo se lo llevan los hombres, a partir de personalidades como Martin Luther King, Ghandi o Tolstoi; es decir, las mujeres han sido escuchadas y tenidas en cuenta dentro de las luchas sociales en mayor medida, cuando se unen y forman organizaciones. Hay pocos ejemplos de mujeres que en solitario, con su propia voz y liderazgo sean ampliamente reconocidas como sí lo han sido las figuras masculinas de la noviolencia, mencionadas anteriormente.
Con lo anterior no se pretende demeritar o menospreciar casos como el de las Mujeres de Negro o el de Julia Ward Howe, pero sí es necesario reconocer y visibilizar la existencia de una voz hegemónicamente masculina que ha colonizado el protagonismo en estos ámbitos de lucha; lo cual ha sucedido también dentro de las organizaciones sociales civiles, donde suelen ser los hombres quienes toman la vocería de los colectivos.
En suma, como colectiva antimilitarista, abogamos por construir nuevos marcos de análisis que nos permitan pensar otras formas de resistencia contra el militarismo y el patriarcado, en tanto el despliegue de estas acciones no sólo debe dar solución a la marginación de las mujeres en las organizaciones; sino que también debe seguir la pista de cerca a estos nuevos camuflajes simbólicos, lo que obliga a construir marcos de análisis más amplios que dialoguen con lo cotidiano, lo popular, lo mundano y lo estructural para construir una mirada más crítica que dé cuenta no solo de estos problemas de violencia de género y sus implicaciones, sino además, de los verdaderos retos que implica la superación del patriarcado y el militarismo.
1 Psicólogo Social y Magíster en Estudios Políticos, formador en DDHH en ámbito socio-comunitario. Correo penuelac03@gmail.com
2 docente de Uniminuto y Pontificia Universidad Javeriana. Correo: rodriguez.alfredo@javeriana.edu.co
3 Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, antimilitarista, antifascista y objetor de conciencia, trabajo en atención a víctimas del conflicto armado y derechos humanos. Correo: cuervo.andres@hotmail.com
4 Psicóloga. Investigadora del campo de la psicología social y del campo de las artes. Correo: daniv.hernandez@gmail.com
5 Psicólogo y filósofo, Correo: xavi_rk556@hotmail.com
6 Psicólogo. Participante de la Colectiva Antimilitarista La Tulpa y ACOOC, y psicólogo en el Colegio San Carlos. Correo: santiforears@gmail.com
7 Psicóloga. Participante de la Colectiva Antimilitarista La Tulpa. Correo: naavento21_@hotmail.com
8 Es una forma indirecta de violencia, que está anclada a las estructuras sociales y económicas de desigualdad (el Apartheid en Sudáfrica o el conflicto Palestino-Israelí serían algunos ejemplos de ello). Por lo general está sostenida por un aparato policial represivo, y funciona tanto a nivel nacional como internacional. Puede tener una naturaleza económica, política, militar, cultural o comunicativa. El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung clasificaba la violencia estructural en dos niveles, vertical y horizontal. Por un lado, la violencia estructural vertical refiere a un ejercicio asimétrico del poder a través de la represión política, la explotación económica o la alienación cultural, que violan las necesidades de libertad, bienestar e identidad, respectivamente. Por otro lado, la violencia estructural horizontal consiste en un ejercicio de violencia sobre los cuerpos en el que se busca separar a la población oprimida de sus núcleos sociales y culturales, de sus costumbres y estilos de vida a partir de la imposición autoritaria de normas y leyes ajenas a su identidad étnica y cultural.
9 La violencia simbólica es esa coerción que se ejerce a través de la institucionalización de la dimensión simbólica de las relaciones de poder, fruto de la incorporación de clasificaciones naturalizadas que se sustentan través de la perpetuación de estructuras binarias normalizadas por el Orden Social, tales como por ejemplo lo alto/bajo, masculino/ femenino, blanco/negro, etc. Esta dimensión simbólica y binaria de las relaciones de poder no es exclusiva de una cultura, sino que engloba tanto a las sociedades precapitalistas como también a las sociedades postindustriales en su capacidad de imponer a los individuos los medios para comprender y adaptarse al mundo social mediante un sentido común que representa de modo disfrazado el poder económico y político, contribuyendo así a la reproducción intergeneracional de acuerdos sociales desigualitarios.
10 Bourdieu, P. (2003). La dominación masculina. Barcelona: Editorial Anagrama.
11 Página 133: Posada Kubissa, L. (2017). Feminismo y guerra: A propósito de Judith Butler. ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política (56), 127-144. doi:10.3989/isegoria.2017.056.06
12 Benski, Tova (2013). El cuerpo de las mujeres como un mensaje político vivo: el cuerpo individual y colectivo en las vigilias de las Mujeres de Negro en Israel. Revista Latinoamericana de Estudios sobre Cuerpos, Emociones y Sociedad. 4 (10). pp. 11-23. Universidad Nacional de Córdoba Córdoba, Argentina.
13 Para mayor información sobre esta organización, consultar su página web consultada el 06 de enero de 2020 en: https://coalitionofwomen.org/
14 Para más información sobre el movimiento Mesarvot, recomendamos la siguiente nota consultada el 06 de enero de 2020 en: https://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=60381
15 Página 54, libro: Cuervo, A. Peñuela, C y Rodríguez, N (2019). Trayectorias del antimilitarismo en Colombia: historia, reflexiones y política desde la noviolencia. Bogotá: Observatorio de Juventud-OBJUN, Universidad Nacional de Colombia.
16 La Organización Femenina Popular nace en 1972 en Barrancabermeja y es un proceso de organización, formación y movilización popular de mujeres de base, defensoras de los Derechos Humanos Integrales, que se asumen como sujetas políticas de derecho y construyen proyectos de vida digna a partir de la resistencia frente a todas las formas de violencia (económica, social, cultural, civil y política). Se definen como antimilitaristas y antidictatoriales. Más información: http://organizacionfemeninapopular.blogspot.com/p/inicio.html
17 Ibarra Melo, María (2007). Acciones Colectivas de las Mujeres en Contra de la Guerra y por la Paz en Colombia. Revista Sociedad y Economía. 13. pp. 66-86. Universidad del Valle. Cali, Colombia.
18 Página 43, libro: Cuervo, A. Peñuela, C y Rodríguez, N (2019). Trayectorias del antimilitarismo en Colombia: historia, reflexiones y política desde la noviolencia. Bogotá: Observatorio de Juventud-OBJUN, Universidad Nacional de Colombia.