¿Por qué las universidades de Israel merecen un boicot desde EE.UU.?


Por Saree Makdisi, profesor de la Universidad de California en Los Angeles
En su asamblea anual de esta semana, la Asociación de Lenguas Modernas Estadounidense (MLA por sus siglas en ingles), que representa a 26.000 académicos de idiomas y literatura, se convertirá en la más reciente institución académica en considerar adoptar un boicot a las instituciones académicas israelíes. Esto sigue la adhesión hecha a dicho boicot por parte de la Asociación de Estudios Asiáticos-Estadounidenses, la Asociación de Estudios Estadounidenses, y, más recientemente, la Asociación Estadounidense de Antropología (AAA por sus siglas en inglés), que votó 1040 contra 136 aprobando una resolución en su asamblea anual de noviembre en Denverpara boicotear las instituciones académicas israelíes en su asamblea anual de noviembre en Denver; todos los miembros de la AAA pronto votarán la resolución, que se cree que será aprobada.
La justificación de un boicot académico – el cual se orienta a las instituciones – y no los académicos individuales – se deriva de la particular relación entre el sistema educativo de Israel y sus estructuras de racismo.
El Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Racial señala con alarma que Israel mantiene dos sistemas educativos separadas para sus ciudadanos y ciudadanas — uno para niños y niñas judías y otro para los niños y niñas de la minoría palestina — una estructura que refuerza la profunda segregación de la sociedad israelí en cada aspecto, desde los asuntos de ciudadanía y matrimonio hasta el derecho a la vivienda.
Según datos oficiales israelíes citados, por la organización de derechos humanos Adalah, a principios del siglo XXI Israel invertía tres veces más en términos per cápita en la educación de un ciudadano judío que en la de un ciudadano palestino.
 
Las consecuencias son evidentes: Las escuelas para la población palestina en Israel están hacinadas y sin los materiales necesarios, con deficiencias de bibliotecas, laboratorios, espacios para el arte y espacios de recreación en comparación con las escuelas para estudiantes judíos. Las y los niños palestinos muchas veces tienen que viajar distancias más largas que sus pares judíos para llegar a la escuela, gracias a una prohibición estatal sobre la construcción de escuelas en ciertas ciudades palestinas (por ejemplo, según Adalah, no hay ni una escuela secundaria en las comunidades palestinas del desierto de Negev en el sur de Israel).
Estas prácticas descaradas de discriminación también se extienden al sistema universitario. “Los obstáculos que enfrentan las y los estudiantes árabes palestinos desde el jardín hasta la universidad operan como una serie de coladores con agujeros cada vez más finos,” señala Human Rights Watch. “En cada etapa, el sistema educativo frena una mayor proporción de estudiantes árabes palestinos que de estudiantes judíos”.
Es decir, a las y los niños que se les niega el acceso a jardines adecuados logran menos en la escuela primaria; los estudiantes de las escuelas secundarias en mal estado y sin recursos se canalizan al trabajo como carpinteros o mecánicos en lugar de médicos, abogados o profesores. De hecho, el proceso de admisión a la universidad es el punto de convergencia de los dos sistemas educativos del país, separados y desiguales, con resultados desastrosos para las y los estudiantes palestinos, que no logran lo esperado en los exámenes psicométricos o de matriculación, exámenes que dan mayor peso al plan de estudios de las escuelas judías, según Human Rights Watch.
Alrededor de una cuarta parte de los estudiantes israelíes de primaria son palestinos y palestinas. Pero según un estudio reciente de la Asociación para el Avance de la Equidad Cívica, a medida que se asciende en el sistema, hay un número cada vez menor de estudiantes palestinos. En el año 2012, según datos publicados por el Consejo Israelí para la Educación Superior, las y los palestinos constituían sólo el 11% de los estudiantes de pregrado, el 7% de los estudiantes de maestría, y apenas el 3% de los estudiantes de doctorado. Apenas el 2,7% del profesorado en las universidades israelíes son palestinos y palestinas, y el porcentaje de palestinos y palestinas administradoras es aún menor.
Según el sociólogo Majid al-Haj, de la Universidad de Haifa, las universidades israelíes sistemáticamente fracasan en sus responsabilidades hacia sus estudiantes palestinos. Estos estudiantes acaban sintiéndose alienados en un ambiente académico que se resiste tercamente a la integración y parece diseñado para consolidar en vez de desafiar la discriminación.
Todo esto es asombroso, pero hay más: El prolongado asalto de Israel al derecho a la educación de las y los residentes palestinos de la Franja de Gaza y Cisjordania. Israel ha bombardeado escuelas y ha sitiado universidades; detiene y acosa a estudiantes y profesores en los retenes del ejército; ha restringido el flujo de materiales escolares a Gaza; ha impedido que los estudiantes palestinos estudien en el exterior.
Hay que concluir que el sistema educativo de Israel se orienta a consolidar la presunta identidad judía de la nación y despojar aún más a los palestinos. Esto es un proceso que el sociólogo israelí Baruch Kimmerling identificó en una ocasión como el “politicidio”. Uno de sus componentes podría llamarse sin duda el educidio, que los educadores internacionales deben rechazar a través de su adhesión al boicot académico a las instituciones que lo perpetúan.
Un boicot de este tipo no afectaría a académicos israelíes individuales, cuya libertad de participar en conferencias internacionales, publicar en revistas o colaborar con otros académicos no se vería afectada. Más bien, se llama a una ruptura en la cooperación y los vínculos institucionales. Por ejemplo, la Asociación de Lenguas Modernas no patrocinaría un evento conjunto con la Universidad de Tel Aviv.
Los boicots han sido de las formas de protesta no violenta más eficaces contra la injusticia institucional en la época moderna. Jugaron un papel clave en la transformación del sistema de segregación “Jim Crow” del sur de los Estados Unidos y en la caída del apartheid en Sudáfrica, dos sistemas que claramente se parecen a la situación en Israel. Es tan impensable hacer la vista gorda ante el racismo del sistema educativo israelí como habría sido haber hecho caso omiso a esas formas anteriores de injusticia.
8 de enero 2016, Los Angeles Times
Saree Makdisi es profesor de Inglés y de Literatura Comparada en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) y miembro de la Associación de Lenguas Modernas (MLA).
Haga clic aquí para la versión original en inglés.


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